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Miguel Cobo, una personalidad arrolladora que encauzó su vida entre fogones

Criarse entre licenciados universitarios no cambió el destino de Miguel Cobo. Aquel chaval inquieto, rebelde e incontrolable por momentos en el aula de Secundaria, no sabía qué hacer con su vida hasta que la cocina se le puso delante y empezó a mostrarle que el talento combinado con el esfuerzo tiene su recompensa.

Esa es la gran conclusión del encuentro celebrado en el Centro Integral de Formación Profesional La Flora (Burgos) donde tuvo lugar una nueva jornada del Foro de Emprendedores organizado por la Fundación Empresa Familiar de Castilla y León en el marco de la Guía de Aulas de Emprendimiento de Castilla y León.

En una de aquellas aulas que acogieron hace años al proyecto de cocinero que también fue Cobo, y ante un puñado de jóvenes que no perdieron el hilo de un relato muy ameno plagado de anécdotas, el chef -en un alarde de personalidad que hace de él un referente en la cocina- fue relatando su peripecia vital en la que por momentos el futuro no se despejaba.

El intento de su entorno por convertirlo en protésico dental fracasó cuando Cobo empezó a entender que en la cocina podría hacer gala de todo aquello que le diferencia: la emoción, la creatividad, la inmensa pasión y una energía inagotable que transforma en motor de su día a día como emprendedor.

La trayectoria profesional de Miguel Cobo empieza a aclararse cuando alcanza el puesto de Jefe de Cocina en El Vallés, un hotel restaurante familiar situado en la localidad burgalesa de Briviesca. Su carrera inicia el despegue coincidiendo con los primeros años de la crisis y en 2012 gana el premio al mejor cocinero de Castilla y León. Poco después participa en el prestigioso certamen ‘Bocuse d’or’, donde queda subcampeón de España, y se convierte en un rostro televisivo muy reconocible por su participación en el programa Top Chef del que llegó a ser finalista.

Aquel chaval sin aparente futuro se ha convertido en el primer restaurador en obtener la estrella Michelín en Burgos gracias a sus proyectos como Cobo Evolución y Cobo Estratos, tan sólidos que ni el terremoto de la pandemia pudo con ellos. Hasta llegar a ese momento de triunfo profesional, la receta para que una iniciativa emprendedora llegue a buen puerto, explicó ante los jóvenes, no admite dudas: “trabajo, trabajo, trabajo y constancia” junto a una habilidad para saber enfrentarse a los problemas “que se va adquiriendo con la madurez”.

Cobo subrayó la importancia de explorar el talento que nos diferencia de los demás y explicó que, en el ámbito de la restauración, son múltiples las virtudes requeridas. “Puede convivir mucha gente muy diferente: explosiva, tranquila, reflexiva…”, un ejemplo que remarcó con otra sentencia inapelable: “nunca le pidas a un pez que escale a un árbol porque se sentirá siempre inútil”. 

Miguel Cobo cree. Cree en sí mismo, y así lo ha demostrado a lo largo de los años haciendo gala de una personalidad arrolladora y de una visión de negocio que le hace agudizar el instinto para saber qué puede funcionar y que no a la hora de animarse a emprender. Cobo cree, además, en toda esa gente que le puede aportar y disfruta rodeándose de personas de las que aprender. Así fue como comprendió aquella frase que durante tantos años escuchó a su abuelo: “la mejor moneda es el aprendizaje”. Y el tiempo se ha encargado de enseñarle a Miguel Cobo que el dinero no lo arregla todo “porque en la vida hay otras cosas que son mucho más valiosas que una recompensa económica”.

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